Autora: Pepa Martínez López.
Maestra y miembro de la Memoria Histórica de Cartagena.
UNA REPÚBLICA DE MAESTROS

Cuando acabé mis estudios de Magisterio, no sabía cómo enseñar. Sabía de Lengua, Matemáticas, Literatura, Historia… pero no me habían enseñado la manera de transmitir estos conocimientos al alumnado… ni siquiera había aprendido cómo enseñar a leer y escribir. La metodología a aplicar en la escuela la tuve que aprender por mi cuenta, a base de cursos y seminarios no organizados por la Administración, sino por asociaciones pedagógicas, y recurrí a éstas libremente, a causa de mi inquietud por hacer las cosas bien… porque mi finalidad al dedicarme a la Enseñanza, era la de hacer algo totalmente diferente a lo que habían hecho conmigo. Fue esta inquietud la que me impidió hacer lo que muchos maestros y maestras de la época hacían: Explicar el contenido de un tema (lección magistral) y hacer que se lo aprendiesen de memoria.
Obteníamos el título sin saber llevar a la práctica lo que habíamos estudiado en la asignatura de Pedagogía, porque a pesar de que en los textos venían explicados algunos de los principales métodos pedagógicos, algunas técnicas de aprendizaje… no sabíamos llevarlos a la práctica, porque no lo habíamos visto hacer, y durante las prácticas, en las clases de Primaria a las que asistí como observadora, se hacía lo mismo que habían hecho mis maestras conmigo: Explicar, memorizar, preguntar.
Y así se continuó incluso una vez que se puso en marcha la Reforma Educativa de Villar Palasí, sustituyendo la antigua Enseñanza Primaria por la Educación General Básica, porque los maestros y maestras de E.G.B, salvo honrosas excepciones, continuaron dando las clases a la antigua usanza: como se dieron desde el 1939 hasta el 1970. Por eso fracasó en muchos casos la E.G.B.

Volviendo al tema de mis estudios de Magisterio: En la asignatura de Historia de la Pedagogía, al llegar al capítulo de la Historia Contemporánea se hablaba mucho de los pedagogos extranjeros, pero en el tema de la Enseñanza en España en los albores del siglo XX, no se citaba a los grandes pedagogos españoles, no se hablaba de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) ni se mencionaba a la gran pedagoga que fue María de Maeztu, ni a otras grandes renovadoras, como Rosa Sensat o Jimena Menéndez Pidal o Matilde Huici, y si no se sabía de Carmen de Burgos como periodista, mucho menos de su labor como maestra.
Fue después de obtenido el título cuando me dediqué a leer acerca de la Institución Libre de Enseñanza, y descubrí que mucho de lo que estaba leyendo, ya me sonaba. Y también era así con lo que, en años posteriores, aprendí en los cursos sobre nuevas metodologías, en los seminarios de renovación pedagógica, en los cursos de las Escuelas de Verano… Me sonaba porque mi padre me había hablado de cómo le daba las clases Don Feliciano Sánchez Saura, un maestro republicano.

La educación durante la II República, no fue sino la culminación de las diferentes reformas en materia educativa llevadas a cabo a partir de 1857.
Con el cambio de régimen político, se produjo una revolución en Educación.
El gobierno surgido en 1931, se dio a sí mismo el nombre de “REPÚBLICA DE LOS MAESTROS”, lo que nos viene a demostrar la prioridad que a la Educación le dio la II República Española, por encima de cualquier otro interés.
La constitución de 1931 proclamó la escuela única, la gratuidad y obligatoriedad de la enseñanza primaria, la libertad de cátedra y la laicidad de la enseñanza.
La constitución establecía que los maestros, profesores y catedráticos de la enseñanza oficial tenían que ser funcionarios y que se legislaría en el sentido de facilitar a los españoles económicamente necesitados el acceso a todos los grados de enseñanza, para que no se encontrasen condicionados más que por la aptitud y la vocación.

No esperaron las reformas a la aprobación de la constitución, sino que a la espera de que ésta se aprobara, a los catorce días del primer gobierno, Marcelino Domingo arrancó con las reformas en materia educativa, mediante decretos urgentes. Se puso a Unamuno al frente del Consejo de Instrucción Pública, el organismo que haría caminar las reformas, comenzando por plantear el déficit de escuelas primarias. De un informe que realizó la Inspección de Enseñanza Primaria se concluyó la necesidad de crear 27.151 escuelas más (Tan sólo existían 32.680 en todo el estado) Se proyectó la creación paulatina de las que faltaban a un ritmo de 5.000 escuelas por año, excepto durante el primero, que se crearían 7.000. Pero no era suficiente con la creación de nuevas escuelas. Lo que urgía crear era un tipo nuevo de maestro.
EL PLAN PROFESIONAL

Urgía crear escuelas, pero urgía más crear maestros; urgía dotar a la Escuela de medios para que cumpliera la función social que le está encomendada; pero urgía más capacitar al maestro para convertirlo en sacerdote de esta función; urgía elevar la jerarquía de la Escuela, pero urgía igualmente dar al maestro de la nueva sociedad democrática la jerarquía que merecía haciéndole merecedor de ella.
Para la Republica, la formación de los profesionales de la enseñanza aparece como una de las principales atenciones, pues el maestro ya empieza a ser considerado como el “alma de la escuela”. Y para mejorar esta formación, se implantó lo que se llamó “Plan Profesional”.
Oí por primera vez lo del Plan Profesional en 1975, cuando comencé a trabajar en la Enseñanza Pública. Yo aprobé la Oposición al Cuerpo de Magisterio Nacional por la especialidad de Lengua Española y Francesa. Eso suponía que podía impartir clases de esas asignaturas en la 2ª Etapa de la recién nacida E.G.B. Para poder dar clase en estos niveles, los maestros y maestras de oposiciones anteriores, tenían que realizar unos cursillos de especialización, pero en el colegio donde comencé mi experiencia, había un maestro que estaba dando clases de Ciencias Sociales en la 2ª etapa, y no había realizado los cursos de especialización ¿Por qué? Porque sus estudios de Magisterio los había cursado dentro del llamado Plan Profesional, o Plan del 1931, y el Ministerio de Educación y Ciencia, cuyo Ministro era Villar Palasí, había decretado, cuando en 1970 se implantó la E.G.B., que los maestros/as del plan de 1931, estaban capacitados para impartir la 2ª Etapa, mientras que los maestros del plan de 1950, posterior a aquél, no estaban capacitados, y por eso tuvieron que hacer los famosos cursillos de especialización, a través de un organismo dependiente de la UNED: el PRONEP-EGB.
Para las autoridades educativas de la II República, la formación de los maestros se basa en tres aspectos importantes:
– Cultural (se adquirirá en los institutos nacionales de segunda enseñanza)
– Preparación profesional (se adquirirá en las escuelas normales de Magisterio, para cuyo ingreso será necesario el bachillerato, bachillerato compuesto por 7 cursos más examen de estado)
– Práctica pedagógica (se realizará en las escuelas nacionales).
Esta formación se realizaba practicando la coeducación, es decir, se fundían las escuelas normales masculinas y femeninas en escuelas normales mixtas. Además el Gobierno provisional no desatendió otros campos de la educación, reformando también la enseñanza media. Por otro lado, mediante el decreto de 21 de mayo, se estableció la necesidad del título de maestro para la enseñanza primaria tanto privada como pública (antes de esto, en la enseñanza privada, no era necesario el título) y el de licenciado para la enseñanza media.
La República se propuso llenar las escuelas con los mejores maestros. Pero los docentes de la época tenían una formación casi tan exigua como su salario. Con Marcelino Domingo al frente del Ministerio de Instrucción Pública y Rodolfo Llopis de director general de Primera Enseñanza, se elaboró el mejor Plan Profesional para los maestros que ha existido en nuestra historia, subiendo el sueldo miserable de aquellos voluntariosos maestros, al tiempo que se organizaban para ellos cursos de reciclaje didáctico, lo que se denominó “Semanas Pedagógicas”
En aquellas Semanas Pedagógicas recibían asesoramiento de los inspectores para remozar su formación.
La carrera de Magisterio, elevada a categoría universitaria, dignificó la figura del maestro. A los aspirantes se les exigió, desde entonces, tener completo el bachillerato antes de matricularse en las Escuelas Normales, donde se enseñaba pedagogía y había un último curso práctico pagado, después de los tres primeros cursos. A ese cuarto curso, de carácter práctico, le correspondía un sueldo de 3.000 pesetas anuales, que subía hasta 4.000, al año siguiente, cuando se adquiría la categoría de funcionario. Se hizo del maestro la persona más culta, eran los intelectuales de los pueblos y, con toda la precariedad en que vivían, ejercieron de una forma digna.
LEY DE INSTRUCCIÓN PÚBLICA

Otra empresa que acometió el Gobierno, fundamental para consagrar la reforma educativa, fue una nueva ley de instrucción pública. Una ley cuya finalidad sería la de instituir en España la escuela única. Esto suponía que la educación pública debía revestir los siguientes caracteres:
1 La educación pública es una función del Estado. No obstante, puede delegarla en la región, provincia o municipio siempre que éstas justifiquen solvencia económica y cultural. Por otra parte, se acepta la existencia de la enseñanza privada, siempre que no persiga fines políticos o confesionales partidistas.
2 La educación pública debe ser laica. La escuela debe limitarse a dar información sobre historia de las religiones, con especial atención a la religión católica. Si las familias lo solicitan, el Estado podrá facilitar medios para la educación religiosa, pero siempre fuera de la escuela.
3 La educación pública debe ser gratuita, especialmente en las enseñanzas Primaria y Media. La educación universitaria debe reservar un 25% de matrículas gratuitas.
4 La educación pública debe tener un carácter activo y creador.
5 La educación pública debe tener un carácter social. No debe ser un centro aislado de la comunidad social, debiendo insertarse en ésta y mantener relaciones con padres, entidades profesionales y culturales, etc.…
6 La educación pública se desenvuelve en tres grados:
1er grado: comprende dos periodos →uno, voluntario y de carácter preescolar para niños de 4-6 años. Otro obligatorio, para niños de 6-12 años.
2º grado: comprende dos ciclos → uno, de 12-15 años, concebido como ampliatorio de la educación básica. Otro de 15-18 años, concebido como preparatorio de la educación superior.
3er grado: corresponde a la educación universitaria y se divide en dos ciclos correlativos a la licenciatura y al doctorado.
EL ALUMNO, PROTAGONISTA DE SU FORMACIÓN
Con aquellos mimbres comenzó a tejerse un sistema educativo que puso el énfasis en el alumno, le hizo protagonista de las clases y de su formación. Los críos salían al campo para estudiar ciencias naturales, se trató de sustituir los monótonos coros infantiles recitando lecciones de memoria por el debate participativo y pedagógico; los niños y las niñas se mezclaron en las mismas aulas, donde se educaban en igualdad, y se favoreció un tránsito sin sobresaltos desde el parvulario a la universidad.
Con estos sólidos cimientos se podía comenzar a construir el edificio de una nueva sociedad. Las nuevas generaciones tenían asegurada una buena base cultural, unos conocimientos germen del desarrollo de su persona. Y a partir de estos cimientos… ¿Cómo llegaría a ser el resultado final de este edificio que se pretendía construir?
UN PUEBLO ALFABETIZADO PARA UN ESTADO DEMOCRÁTICO

Para instaurar un estado democrático se necesitaba un pueblo alfabetizado.
Fue la de la II República una escuela en la que se educó a los niños atendiendo a su capacidad, su actitud y su vocación, no a su situación económica. La educación pública recibió financiación para ello, y eso era algo que la escuela privada miró con recelo. Todo tenía el aroma pedagógico de la Institución Libre de Enseñanza, que fue el soporte intelectual en el que se apoyó la República.
Se debe resaltar, junto a la creación de escuelas, la formación de los maestros, la gratuidad de la enseñanza y el carácter social de la educación, el importante papel jugado por las Colonias Escolares: Antes que educar, la República se vio obligada a dar de comer a los niños. Incluso a vestirlos. Había cantinas y roperos escolares y cobraron fuerza las Colonias Escolares que ya antes había puesto en marcha Bartolomé Cossío. Los niños viajaban al mar o a la montaña. Hacían deporte, se divertían. Pero, sobre todo, comían. «En 15 días algunos ganaban hasta cuatro kilos de peso», dice la doctora en Historia Consuelo Domínguez, que ha estudiado con detalle el tema.
Pero ¿qué ocurría con los millones de analfabetos del país, mayoritarios entre la clase rural, que suponían el 44 % de la población?

Lo más revolucionario que puede hacerse, después de facilitar alimentación, fueron aquellas Misiones Pedagógicas de cuyo patronato fue también presidente Cossío, y que todavía recuerdan los más viejos de los pueblos. En destartaladas camionetas llegaron a las aldeas perdidas bibliotecas itinerantes, proyecciones cinematográficas, teatro, museos ambulantes… El 70% de los hombres eran analfabetos; mucho más las mujeres. En aquellas Misiones Pedagógicas se embarcaron grandes poetas, afamados escritores y maestros con su corbata y maletín a los que los lugareños recogían en burro donde las camionetas ya no tenían acceso.
Este nuevo reto para la II República se afrontó con la creación del Patronato de Misiones Pedagógicas, siendo Presidente de la República Niceto Alcalá Zamora, y Ministro de Instrucción Pública Marcelino Domingo, por decreto de 29 de mayo de 1931, con el encargo de «difundir la cultura general, la moderna orientación docente y la educación ciudadana en aldeas, villas y lugares, con especial atención a los intereses espirituales de la población rural».
Basándose en las propuestas que hizo, en 1881, Giner de los Ríos, las Misiones Pedagógicas ofrecían el servicio de biblioteca, el museo del pueblo, el cine, el coro y el teatro del pueblo, con su sección de música y su retablo de fantoches. Se intentó que funcionara en su época, pero fracasó, debido a la oposición de los propios aldeanos, no llevándose a cabo hasta la llegada de la República.
¿Cuáles eran sus funciones?:
A) Fomentar la cultura general mediante bibliotecas populares, organización de lecturas, sesiones cinematográficas para conocer otros pueblos, sesiones musicales de coros y orquestas, audiciones por radio, exposiciones de arte con museos circulantes.
B) Orientación pedagógica con visitas a escuelas para conocer su situación con la posterior celebración de una semana o quincena pedagógica y cursillos para maestros, en los cuales les muestran o enseñan cómo dar clases a los niños y los materiales de los que disponen.
C) Cultura ciudadana, se celebraban reuniones con principios democráticos de los pueblos modernos para revisar la estructura del estado y sus poderes.

La Comisión Central y la Comisión Provincial debían estar formadas por personas cualificadas en la enseñanza y fuera de ella. Los gastos de los servicios y material corrían a cargo del Ministerio de Instrucción Pública.
Todo este grandioso proyecto cultural se apoyaba, según Tuñón de Lara, en dos principios irrenunciables:
1º, el derecho por igual a acceder a los bienes de la cultura
2º, la importancia determinante de los valores culturales para construir una alternativa de sociedad capaz de resolver la crisis española.
Hay que hacer justicia a la extraordinaria actividad pedagógica, cuyo objetivo era liberar a la España rural del caciquismo y del oscurantismo que había hecho permanecer al pueblo en la ignorancia. El propio nombre elegido de Misiones suponía una intención liberadora; se trata de dotar al misionero de una función laica no ligada al control de las conciencias que había ejercido la Iglesia en la educación.

El hito educativo de las Misiones Pedagógicas no ha tenido su equivalente en ninguna experiencia de otros países.
En palabras del ministro de Instrucción Pública Rodolfo Llopis, “No hay revolución alguna que no haya desembocado en una reforma escolar”. Y una revolución fue este aspecto tan notable de la Reforma Educativa emprendida por la II República, cuyo descubrimiento fue una auténtica sorpresa para gran parte del público – incluyendo docentes – que asistió, hace seis años, a la exposición “Las Misiones Pedagógicas en España”, organizada dentro de las I Jornadas Educativas de la Región de Murcia, exposición acompañada de diversas actividades, tanto en la capital Murciana como en Molina, Cartagena y Cieza, con ella relacionadas.

Mi primera sorpresa al comienzo del reparto de la propaganda de las actividades fue el descubrimiento del elevado número de docentes que ignoraban o sólo tenían una lejana referencia acerca de lo que las Misiones Pedagógicas fueron, a pesar de la relevante importancia de este episodio histórico que fue pionero en Europa y supuso, posteriormente, un ejemplo a seguir en tantos países de América Latina.
Gracias a los misioneros, los habitantes de las zonas rurales recibían una significativa muestra de la cultura española, a través del Museo del Pueblo, el servicio de cine, las Bibliotecas Circulantes, el Teatro del Pueblo, el Servicio de Música y la formación de maestros y maestras.

La creación de las Misiones Pedagógicas retrata la enorme importancia dada por la II República a la Educación como piedra angular del edificio de la Libertad.
No puedo menos que relacionar el empeño de las autoridades educativas en esta sublime empresa con las convicciones del maestro de “La lengua de las mariposas”, ese don Gregorio, maestro que no pega, que piensa que la escuela es el camino de la libertad y que defiende con elocuencia sus convicciones, sobre que “Sólo será necesaria una generación educada en libertad para que nuestro pueblo español sea imparable”. Era ése el espíritu de las reformas educativas de la II República, y a ello trataron de contribuir las Misiones Pedagógicas, en las que participaron jóvenes intelectuales, como María Zambrano, Rafael Dieste, Miguel Hernández, Rafael Alberti, Cándido Fernández Mazas, Antonio Oliver o Carmen Conde.
“No venimos a pediros nada – dijo Manuel Bartolomé Cossío, el presidente del Patronato en su discurso pronunciado en Ayllón (Segovia), la primera misión – Al contrario; venimos a daros de balde algunas cosas. Somos una escuela ambulante que quiere ir de pueblo en pueblo. Pero una escuela donde no hay libros de matrícula, donde no hay que aprender con lágrimas, donde no se pondrá a nadie de rodillas, donde no se necesita hacer novillos”.
Los misioneros llegaban a los pueblos y, su primera actividad, consistía en extender una sábana blanca sobre una pared, para que sirviera de pantalla en la que proyectar cuatro películas, una de ellas acompañada de una charla. En el servicio de cine cobró enorme relevancia la figura del joven José Val del Omar, que lo mismo hacía de técnico de cine que de fotógrafo, cameraman, proyeccionista, montador o electricista, que filmó más de cuarenta películas y documentales y realizó más de nueve mil fotografías.

La población campesina de cualquier edad acudía a estas actividades que servían como punto de arranque para la realización de las demás, como la de las Bibliotecas Circulantes, a las que se destinaba el 60 % del presupuesto, con el fin de paliar el estado de desierto literario en que nació la II República: no había prácticamente bibliotecas en España, y para comenzar a solucionar el problema se envió medio millón de libros a las aulas más olvidadas. Se llegó con los libros a 5.522 localidades menores de 5.000 habitantes, la mayoría de las cuales eran aldeas de 50, 100 ó 200 habitantes, libros de literatura clásica y contemporánea, Historia, Geografía, Pedagogía, Técnicas agropecuarias o Biografías.
Y si interés demostraron ante el cine o las bibliotecas, no se quedaron atrás las mujeres y hombres del medio rural ante el Teatro del Pueblo. Artífices de este servicio fueron figuras como la de José Plans y Alejandro Casona.
Pasos y entremeses de nuestro teatro clásico se representaban sobre un tabladillo montado por los mismos actores, estudiantes voluntarios que transportaban el atrezzo y vestuario en una camioneta. Obritas que iban acompañadas de un repertorio musical integrado por canciones corales y romances tradicionales.
Pero era imposible llevar el teatro a todas partes, no sólo por las dificultades del transporte, sino por la escasez de personal, por lo que pronto surgió el proyecto de creación de un guiñol que cumpliese las exigencias de un espectáculo culto, sin renunciar a la frescura popular y el desenfado. Surge así el Retablo de Fantoches, con muñecos fabricados por los propios misioneros.
Para completar estas actividades se crea el Servicio de Música. Sólo en un año se repartieron 66 gramófonos y 2.155 discos. Eduardo Martínez Torner elegía las grabaciones y Pablo de Andrés Cobos realizaba las fichas que acompañaban a estas obras universales o de interés general. También a Martínez Torner se debió la creación y dirección del coro que recogía las canciones populares olvidadas o adulteradas por los campesinos y campesinas y conseguía que las volvieran a cantar.
El Museo del Pueblo supuso un intento de acercar el pueblo llano a las obras de los grandes maestros de la pintura española, mediante la exposición circulante de copias de éstas realizadas en su mayor parte por Bonafé, Gaya y Vicente. Fue Ramón Gaya quien estuvo encargado de la coordinación.
Días antes de la llegada de los cuadros, bien embalados y transportados en camionetas, se anunciaba la llegada con carteles. Durante todo el tiempo que duraba la exposición, en un local del pueblo acondicionado por voluntarios, se daba información sobre los autores de las obras y atendían las preguntas o dudas de los asistentes. Por la mañana se visitaba el museo por las tardes se visionaban proyecciones sobre otros cuadros, e incluso se regalaban, cuando el presupuesto lo permitía, fotografías de los cuadros a los asistentes.
Durante más de ochenta años quienes eran niños y niñas en aquella época estuvieron recordando la llegada de los misioneros a su pequeña aldea, las películas que vieron, las canciones que cantaron y los libros que leyeron.
Pero los jóvenes de hoy ignoran la existencia e importancia de las Misiones Pedagógicas, así como la suerte corrida por los casi seiscientos españoles que habían colaborado directamente con ellas. Algunos misioneros fueron directamente asesinados al estallar la guerra, otros se enrolaron en las Milicias de la Cultura o las Brigadas Volantes y muchos de ellos fueron encarcelados, expedientados o exiliados. Algunos de ellos se integraron en las filas franquistas.
Este proyecto de Solidaridad Cultural se desmanteló tras la guerra civil, pero en América Latina, de la mano de los misioneros exiliados, el modelo desarrollado por la República encontró su continuación en Colombia, Cuba y Uruguay.
Mientras tanto, las alas del águila franquista proyectaron su sombra de incultura sobre España donde un período que aún hoy no se da por concluido. El analfabetismo funcional sigue siendo una gran tara que frena nuestra evolución hacia un mundo de justicia e igualdad.
GUERRA ESCOLAR
Pero no todo el mundo estaba de acuerdo con la Constitución. Hubo un sector de la población que se vio seriamente afectado: la Iglesia. Así, una vez aprobada la Constitución, el 1 de enero de 1932, la iglesia jerárquica española daba a conocer una pastoral colectiva en la que se rechazaba ésta, afirmando una vez más, su derecho a enseñar y el de los padres a la elección de los centros docentes que estimaren convenientes para la educación de sus hijos. A tal punto llego la situación, que se produjo una “guerra escolar” entre los partidos de la enseñanza confesional y entre los que propugnaban la enseñanza laica, guerra que tuvo su momento álgido en la intervención directa de la Santa Sede, con Pío XI. Fue la primera vez que la educación en nuestro país enfrentaba formalmente al Estado español y a la Iglesia de Roma. Aprobada la Constitución, al ministro Fernando de los Ríos le tocó lidiar con la reforma más drástica y conflictiva: la disolución de la Compañía de Jesús; a las órdenes religiosas se les prohibió impartir enseñanza mientras a los maestros se les «libera» de la obligación de dar doctrina religiosa en clase. ¿Estaba o no preparada España en esa época para estos cambios? Quizás no lo estuviera totalmente, pero eran necesarios para poner a nuestro país en el camino del progreso, para intentar alcanzar al resto de países europeos… y si esta política de sustitución de la escuela religiosa en escuela laica fracasó, fue porque los colegios de las órdenes religiosas fueron formalmente puestos en manos de seglares, de manera que adoptaron legalmente otra titularidad, pero que eran lo mismo, unos colegios privados a los que se permitió fijar su ideario y cuyo número, en 1935, era mayor que en 1931.

En las filas conservadoras se criticaba a la escuela unificada, alegando que se había cedido el monopolio educativo al estado, pero lo que se había hecho con el cambio era convertir la enseñanza en una educación sin escalones, que permitía un camino fluido y continuo desde unos niveles a otros.

Misión Pedagógica en la Murta
MARCHA ATRÁS DURANTE EL “BIENIO RECTIFICADOR”
Durante el bienio azañista, se pudo llevar a término la ley, que con tanto esmero se concibió, como la solución al déficit educativo en el país. Se continuó con la labor de renovación de la Enseñanza Primaria y la construcción de escuelas, promulgó decretos para aligerar los plazos y los procedimientos de colaboración entre el Estado y el municipio, a crear prototipos de edificios escolares para cada región geográfica y mejorar la financiación de estas construcciones.
Se reguló otro aspecto de la Enseñanza Primaria: la Inspección. Mediante el decreto de 2 de diciembre de 1932, se aportó una concepción más moderna de ésta y se hizo del inspector un especialista técnico-pedagógico, un consejero y un orientador del maestro.
De igual manera ocurrió en la Enseñanza Media mediante el decreto de 30 de diciembre del mismo año.
Las siguientes elecciones fueron ganadas por la C.E.D.A, (coalición formada por los radicales de Lerroux y por los católicos de la CEDA de Gil Robles). La mujer estrena el voto femenino y la derecha -la CEDA de Gil Robles- llega al poder. Los progresistas verán cómo se va destejiendo parte del sistema diseñado durante el tiempo de gobierno de quienes se llamaron a sí mismos «bienio rectificador».
Se dio marcha atrás en muchos de los planteamientos educativos laicos del anterior gobierno. En la enseñanza primaria, se inició un descenso en las construcciones escolares y un debilitamiento creciente de la reforma pedagógica. Se prohibió la coeducación en las escuelas primarias, a lo que, conjuntamente, le siguió una intensa acción para conseguir erradicarla en las escuelas normales. También este retroceso afectó a la enseñanza universitaria. Muestra de ello es la extinción de la representación estudiantil en los claustros, juntas de gobierno y juntas de la facultad. Durante los dos años que estuvo en el poder la derecha, no se siguió adelante con el proyecto educativo del 31; por el contrario, la política docente se encaminó a frenar las anteriores medidas.
Las terceras elecciones de la República, en febrero de 1936, dieron la victoria al Frente Popular, alianza de partidos y organizaciones de izquierdas. A pesar de que entre sus promesas electorales se incluían profundas reformas educativas, el golpe militar, que trajo consigo la guerra de España y el punto final a la República, no permitió su puesta en práctica.
El 18 de julio de 1936 comienza la guerra de España con el golpe militar del general Franco. A pesar de ello, diversas instituciones republicanas continuaron con el gran esfuerzo por la cultura y la lectura popular. Todas ellas promovieron un desarrollo educativo y cultural que, en su conjunto, dio lugar a un movimiento educativo de gran magnitud que no ha sido superado.
Con la II República había sonado la hora de la enseñanza. Había sido llamada por algunos “República de profesores” porque puso en marcha un programa de reformas que, aún hoy en día, nos sorprende por su envergadura y por el tesón que se puso en sostenerlas. El gran pedagogo Rodolfo Llopis, que fue uno de los ministros de Instrucción Pública, dijo “No hay revolución alguna que no haya desembocado en una reforma escolar”

LA ENSEÑANZA DURANTE LA GUERRA

EN LA ZONA REPUBLICANA
A pesar de la guerra, diversas instituciones republicanas continuaron con el gran esfuerzo por la cultura popular, promoviendo un desarrollo educativo y cultural que, en su conjunto, dio lugar a un movimiento educativo de gran magnitud que no ha sido superado.
Considerando la importancia que la educación y la escuela tenían para la República, no sorprende que, a pesar de las terribles urgencias de la guerra, en la zona republicana se procurara atender la educación de la infancia y la alfabetización de los adultos, incluso en las propias trincheras. Una buena muestra de este interés nos lo ofrecen las campañas de alfabetización entre los soldados. En febrero de 1937 se disponía en la Gaceta la creación de las «milicias de la cultura», formadas por maestros adscritos a unidades militares con el fin de promover la alfabetización de la población adulta y combatiente. En noviembre de ese mismo año se organizaron las «brigadas volantes de lucha contra el analfabetismo en la retaguardia».

Durante la guerra, la federación de trabajadores de la Enseñanza, FETE – UGT, procede a la reestructuración de la trama docente. La enseñanza continúa en la retaguardia, a pesar de los bombardeos, y continúa en las trincheras, pero mientras que en la zona republicana se continúa con la trayectoria, dentro de la legislación vigente, de extensión de la cultura a la población, en el bando nacional la actividad se centra en el control, la censura, la incautación, la depuración e incluso la quema de bibliotecas.
EN LA ZONA REBELDE
Poco tenía que ver la situación en el bando rebelde con la de la zona republicana.
Aunque en los primeros días del conflicto no se habían dictado aún órdenes al respecto, la llegada de los sublevados a cualquier plaza conquistada siempre incluía la destrucción del llamado “material peligroso”. Los requetés, al entrar a distintos pueblos de La Rioja, empezaron a destruir bibliotecas y quemar los libros que encontraron en las sedes sindicales; lo mismo hicieron en Soria, prendiendo fuego a los libros de un kiosko, y en la localidad de Herrera de Alcántara, en Cáceres, se expurgaron y quemaron los libros considerados como “materia disolvente”; también se recogieron en Córdoba “centenares de ejemplares de esa escoria de la literatura que fueron quemados de manera ejemplar” (Nota del periódico ABC); en Mallorca hicieron enormes hogueras con los libros de las bibliotecas públicas; y en la ocupación franquista de Barcelona ardieron unas 72 toneladas de libros.


A medida que las tropas facciosas avanzaban, se emitieron varias disposiciones con el fin de lograr un control total de los fondos bibliográficos, con lo que contribuyó a la reducción del número de bibliotecas públicas anteriormente creadas. Las primeras disposiciones, ya en 1936, consistían en la prohibición de producción, comercio y circulación de libros, periódicos, folletos e impresos que no sirviesen para propagar las ideas de este sector del Ejército y del Nuevo Estado, lo que inició una política de lo que se denominó “depuración”. Para ello se creó una Comisión de Depuración compuesta por distintos miembros como académicos, militares y eclesiásticos que tenían la facultad de efectuar expurgos ideológicos, literarios y de otro tipo, siempre que por su contenido se opusieran al Movimiento Nacional.
Se emitió una serie de listas de libros y otro tipo de publicaciones que, por su contenido en “ideas del bando republicano, conceptos inmorales, propaganda de doctrinas marxistas”, y todo cuanto fuera crítico con el Movimiento, la unidad de la Patria, la religión católica y la denominada Cruzada Nacional, fueron prohibidos.
Con el fin de controlar mejor esta situación, en abril de 1937 se establece la obligatoriedad, por parte de los impresores españoles, de entregar mensualmente un ejemplar de todas las publicaciones del tipo que fueren.
Durante los tres años que dura la confrontación, la vida social, cultural y política del país vive conmocionada, por lo que habrá que esperar hasta la victoria de los sublevados en 1939, para reanudar la historia del sistema educativo español.
Durante los tres años de duración de la guerra, cuando las tropas franquistas conquistan alguna localidad, los primeros paseos, las primeras ejecuciones, fueron las de los maestros.

Al terminar la guerra, los profesores y profesoras que no fueron ejecutados o condenados a prisión, fueron depurados.
Durante la II República hubo sectores que se sintieron muy perjudicados por la reforma educativa. Se consideraba a los maestros como “el instrumento más perturbador y disolvente”, en palabras del cardenal Herrera Oria.
Víctimas predilectas de la represión franquista, los funcionarios de la enseñanza fueron considerados por la nueva legislación como «los principales factores de la trágica situación a que fue llevada nuestra Patria».
Durante la primera etapa de la represión, José Mª Pemán, que fue uno de los pocos intelectuales que se puso del lado de los fascistas, considerado por ellos notable ideólogo, escribió: «Los individuos que integran esas hordas revolucionarias, cuyos desmanes tanto espanto causan, son sencillamente los hijos espirituales de catedráticos y profesores que, a través de instituciones como la llamada «Libre de Enseñanza», forjaron generaciones incrédulas y anárquicas».
La represión se cebó sobre el cuerpo docente, tal vez el colectivo más indefenso de cuantos se atrevieron a abogar por la justicia social y económica, cuestionando el monopolio clerical de la enseñanza y desempeñando un papel acelerador del progreso y la cultura desde las aulas y con la educación de la infancia. Fue a ellos a quien se acusó de todos los males y a quien se consideró necesario reprimir de manera ejemplar.
