Autor: Juan de Dios García
Profesor de secundaria.

Como representante del exilio interior, debemos destacar la figura del insigne Antonio Oliver Belmás, el fundador de la Universidad Popular de Cartagena en 1931, que no ha sido lo suficientemente reconocido por las generaciones posteriores, en parte, por haber quedado su figura eclipsada por la arrolladora personalidad y la fama de su esposa; por otro lado, por su condición de republicano represaliado por el régimen.
Así lo entendimos desde la asociación Memoria Histórica de Cartagena cuando, en 2018, con motivo del cincuentenario de su fallecimiento, le rendimos el merecido homenaje con un recital que tuvo lugar en el salón de actos del Centro Cultural Ramón Alonso Luzzy, un recital acompañado del relato de los hechos más relevantes de su vida, tanto personal como profesional, llevado a cabo por Juan de Dios García y que aquí reproducimos:

Antonio Oliver nació en Cartagena el 29 de enero de 1903. Se convirtió en un importante crítico literario e historiador del arte. Pero, ante todo, fue… Poeta.
Y así lo dejó claro con estas palabras: «En toda mi familia, a través de las generaciones, siempre fue una cosa viva el amor por la poesía y el arte. Yo no recuerdo más entusiasmo, más arrobo, más admiración por todo lo bello de la naturaleza que el que sentía y me inculcó mi madre Encarnación con su gran sensibilidad. Podríamos decir que la poesía, como arte, vino hacia mí por herencia paterna, y la poesía, como sentimiento, la lacté en las fuentes puras de la maternidad».
Aunque fue la poesía su primera e irresistible vocación, Antonio probó suerte en la carrera militar, pero pronto desistió, debido a la contextura de su pecho y comenzó a estudiar Bachiller. Así, la infancia de nuestro protagonista estará marcada por la enfermedad, una situación económica precaria y la pérdida temprana de su padre, Francisco de Paula.
No nos sorprende que se inicie escribiendo prosas y versos de contenido social, con una actitud contestataria y una elevación del sentimiento moral. Dentro de sus Loas recuerda a muchas localidades jienenses y granadinas, donde pasó la guerra, y en nuestra comarca, a La Unión y el cante de los mineros, Valladolises y La Murta.

En 1927 conoce en un baile de carnaval a Carmen Conde, un amor literario que pronto se convertirá en noviazgo y relación apasionada. Ese mismo año se decide a estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de Murcia. Le impartió clase Jorge Guillén. La llegada del gran maestro vallisoletano a Murcia supuso un estímulo total para los jóvenes poetas que a él se acercaron con ansias de que los apadrinara.
En 1931 fallece su madre. Una profunda tristeza impregna sus meditaciones de desnuda densidad reflexiva.

En medio de ese dolor, el rey Alfonso XIII parte al exilio desde el Arsenal de Cartagena y se instaura la II República. La exaltación popular y el gravamen de una educación desfavorecida le harán embarcarse en una empresa harto difícil, como sería la Universidad Popular de Cartagena. Escribe muchos artículos. El primero de ellos, titulado ‘La revolución por hacer’, va dirigido a los obreros, a los ciudadanos y a los intelectuales, señalando la urgencia en la creación de la Universidad del Pueblo, apoyando decididamente los derechos de este.
Su matrimonio y la Universidad Popular van viento en popa, así como sus investigaciones, sus lecturas, su conocimiento y su correspondencia con las principales figuras de su tiempo: Miguel Hernández, Gabriel Miró, Juan Ramón Jiménez, Lorca… Pero de nuevo un duro golpe iba a acechar a la pareja, cuando nazca muerta su única hija: «un nombre puro como el de una embarcación que jamás pudimos ponerle en la proa. Ella se fue al fondo, hundida, abnegada, antes de que la luz le vistiera de resplandores la frente, antes que María del Mar fuese blanca y azul como una acuarela».

Tras una estancia en Madrid, en julio de 1936 comienza la guerra civil y es destinado al Frente Sur de Andalucía. Su hermano le escribe desde el barrio de Los Dolores contándole cómo es de irrespirable el ambiente, cómo cierto día, a la altura de la Media Sala, su coche es tiroteado: «Esto es horroroso, tiran a cualquiera, no sólo a los que persiguen. No acabaremos bien esta guerra tan absurda».
Itinerante entre Jaén, Granada, Guadix y Baza, pasa este período deleznable. Colabora en la refriega y, económicamente, todo lo que puede con las víctimas y con el periódico Frente Rojo. Llama la atención que en medio de este infierno es cuando escriba la mayoría de sus Loas.

Tras múltiples sinsabores, logra refugiarse, junto a Carmen Conde, en una casa familiar de Murcia haciendo creer que habían marchado a América.
Tras la contienda, en aquel medio hostil, se activa su particular simulacro de la desaparición, dando la espalda a todo aquel mundo del que se nutrió. Lejos, por tanto, de una vida práctica, inicia su llamado “exilio interior”: se dedica a repasar sus conocimientos de inglés, francés, árabe, y a proyectar tertulias con el Liceo de las Letras Murcianas. De este modo, la literatura se muestra como un mundo compensatorio, una manera de superar las circunstancias. Escribe biografías, vuelve a estudiar a Cervantes, se muda a Madrid y, al fin, en 1946 queda inculpado de los delitos por Rebelión Militar, concediéndosele el indulto con libertad definitiva.

Todas sus satisfacciones durante las siguientes décadas van a surgir en el ámbito de la cultura: imparte clases particulares de Literatura Hispanoamericana en el Instituto Cervantes de Madrid, en Aranda del Duero, en la Facultad de Letras de la Complutense, en la Central; investiga en la Fundación Juan March; dirige revistas, divulga, cataloga, documenta; sus estudios sobre Rubén Darío lo llevan a ser invitado a París, a León, a Managua… Lo hubiesen recibido en más lugares a donde fue también invitado, como Puerto Rico, Haití, pero en 1966 una endocarditis reumática le conduce a una cada vez más limitada vida pública. En ese reposo obligado sufre frecuentes ataques, aunque no para de escribirse con sus colegas contemporáneos. Dice: «Créame que se pasa muy mal. Mi enfermedad es la de Julio Herrera y Reissig. Y me dan en esos casos morfina y otras inyecciones, pero yo no seré nunca morfinómano».

El fatal desenlace fue el 28 de julio de 1968, a las cinco de la mañana en su casa de Ferraz. Antonio Oliver Belmás dejó de respirar y nos dejó una obra sinfónica de fina ironía, una artesanía mayor entre el festín y el juego, una enseñanza que deleita, todo su paisaje interior, que es resplandor de poesía alada.
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